sábado, 6 de abril de 2013

Ante la pantalla: Macario (1960), de Roberto Gavaldón

Los finales de los 50 y principios de los 60 fueron una era dorada para el cine mexicano. Montones de directores se dejaban influenciar por Buñuel o Bergman, y la llegada constante de importantes directores de Hollywood que bajaban a México a rodar les daba bases sólidas para sobresalir: así nació una generación de directores no muy jóvenes pero que tenían un buen currículum en la serie B, sumando su experiencia a las influencias extrenjeras. Uno de estos directores era Roberto Gavaldón, que se dejó influir precisamente por Buñuel y Bergman para este melodrama fantástico.

Película basada en un relato de B. Traven (basado a su vez en un cuento de los Hnos. Grimm) un poco discutida en su época por considerarse demasiado dirigida al extranjero - debe ser por el folklorismo presente en la acción - pero que optó a un Oscar y a una Palma de Oro, siendo una de las joyas más visibles del fantástico mexicano. Es una fábula con mucho pathos sobre el leñador epónimo, un tipo obsesionado con el materialismo y la muerte, por lo cual pacta con ésta, al igual que tantos antihéroes. Todo ello representado por un símbolo: un pavo relleno que se quiere comer él solo. La crítica y la sátira de las clases dominantes y al lado más pérfido de la religión no faltan, ya que Macario es honrado a pesar de todo, y ellos unos corruptos.

Significó la consagración de uno de los grandes del mundo del espectáculo mexicano, Ignacio López Tarso, aún dando mucha guerra a sus 88 añazos. Demuestra sobretodo una expresión facial histriónica, muy propia para el tono del cuento. Así y todo, Enrique Lucero - un actor protegido del director Enrique Gavaldón que a finales de ese mismo año daría un salto de calidad excepcional apareciendo en Los siete magníficos (próximamente en esta misma sección) iniciando una carrera espectacular como actor de carácter y extra en pelis norteamericanas muy importantes -, que interpreta a La Muerte, es macabramente divertido, y roba algunas escenas. La bella Pina Pellicer fue la principal truinfadora de la película con su lúgubre interpretación de la esposa de Macario, abriéndose camino en Hollywood y Europa solo para trágicamente suicidarse a los 30 años. Otro nombre destacado es del de Eduardo Fajardo - un actor gallego que al volver a Europa trabajó mucho con Jess Franco (en su época ochentera de pelis de zombis) o Sergio Corbucci - que interpreta al Virrey.

A nivel técnico es una peli sencilla y sobria en que destaca sobremanera una escena del principio, donde López Tarso sueña con una orgía de marionetas-calavera (pues es Día de los Muertos) que él domina, y mientras unas comen, otras pasan hambre mientras sonríe, quizá con cierta perversión, y su ego se hincha peligrosamente, sobretodo cuando las marionetas hambientas se rebelan y se cargan a los comensales, lo que, creo, quiere representar que el tal Macario mataría por comerse un puñetero pavo. Gran trabajo del marionetista Pepé, de quien no he podido encontrar datos fehacientes. También son destacables los bellos exteriores de la ciudad de Puebla.

De alguna manera, creo que podemos calificar esta película como una versión hispanoamericana de El séptimo sello (ya pone en el cartel que es un poema fílmico). No llega al nivel de ésta, pero aún así, es más que convincente y la recomiendo encarecidamente. Esto es cine del bueno, y si no recibió más premios, es porque se cruzó en el camino de Gavaldón uno de los referentes en la realización de su película: Ingmar Bergman y su Manantial de la doncella (próximo episodio, va especialmente por el amigo Kururin).

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