Budapest, Aeropuerto Ferihegy
El joven parecía salido
de una película de los años 40: De tez y cabello morenos, bigotillo a lo Clark
Gable, sin patillas, pelo engominado y un vestido de etiqueta con gorra de
plato. Debía ser el chófer de algún burócrata que volvía del extranjero,
pensaba la gente.
Parecía esperar a alguien
con cierta impaciencia en la terminal del chárter proveniente de Viena, cuya
llegada había sido anunciada hacía 10 minutos. Como tampoco era muy alto, iba
poniéndose de puntillas a ver si veía mejor.
“A lo mejor espera a la
novia”, pensaba un representante de una famosa empresa textil deportiva
alemana, que venía a traer los diseños de los uniformes para el equipo olímpico
húngaro en Seúl.
“A lo mejor no le gusta
ir así y va con prisa”, pensó la esposa del Embajador de Cuba, que esperaba a
su marido, que venía de una reunión en la RDA.
“A lo peor… Vamos a
acercarnos a él”, pensó el lituano representante de una empresa de transportes
con sede en Barcelona bajo la apariencia del cual se escondía el agente 3D del
CEFPIFST.
Zelgadis pasó haciéndose
el despistado cuando el joven lo paró. Soltó su maletín y su maleta de viaje y
se paró mirando su reloj digital:
“Disculpe caballero. ¿Qué
hora es?”
“Las ocho de la tarde”
“Creo que va una hora
atrasado”
“Estos relojes
japoneses…”
“Muy bonitos…”
“… Pero nada prácticos”
El joven le cogió las
maletas y los dos avanzaron casi mecánicamente
“Bienvenido a Hungría,
3D, ¿Ha tenido un buen viaje?”
“No muy bueno, en Viena
me han reconocido unos chavales rusos que iban a un torneo de atletismo. Casi
pierdo el avión por ir firmando autógrafos. El héroe del Europeo de 1981, me
llaman…”
“Mejor salir de la URSS como un héroe que con
los pies por delante ¿No cree?”
El muchacho tenía razón.
De cerca observó que su actitud solo podía deberse a los nervios. La mirada de
cerca apreció que tenía una mirada viva y aguda, y que debía ser aún más
atlético y fuerte que él, pese a no llegar al metro setenta. Olía a colonia de
la buena y su diligencia dando el santo y seña y recogiendo las maletas había
sido impecable. Era un agente que cumplía a rajatabla el libro de estilo del
CEFPIFST. El saludo reglamentario no era obligatorio si se daba correctamente el
santo y seña, y en aquel momento era mejor no hacer presentaciones: tenía solo
hasta la medianoche para registrarse en el hotel y los detalles secundarios
como esos se debían olvidar ¿Era un rookie? Bien lo parecía, pero parecía
también que había sido entrenado de manera más estricta que otros agentes.
Mientras caminaban por el párking del aeropuerto, a Zelgadis le picó la
curiosidad.
“Oiga, si no es molestia,
¿De qué Academia salió?”
“De ninguna, 3D, me
entrenó el propio Fülöp Gábor en su casa”
Zel no preguntó más, Gábor
Fülöp era uno de los más respetados hombres del CEFPIFST, hasta el punto de que
B le dio carta blanca para hacer lo que le diera la gana. Tenía tantos o más
derechos que un miembro de la Sección Omega.
Y Zel pudo comprobarlo enseguida, impresionado por lo que veía: el agente se
había parado ante un Rolls Royce de antes de la época comunista. Estaba
impecable, como sacado de fábrica, y estaba cargando allí las maletas.
“Recepción de lujo, veo”
“¿Le gusta? Lo hemos
importado directamente de Inglaterra para su visita. A pesar de la situación en
que estamos, no queríamos ir a buscarle con un Lada de hace 10 años… Mientras
podamos permitirnos lujos…”
“Ah, ya sé, creo que la
situación aquí no es muy buena ¿no?”
“Estamos en una crisis
terrible, 3D. Pero hay que guardar las apariencias. Hay gente en los barrios
periféricos que no puede permitirse ni tan siquiera tener agua corriente. Esas
malditas colmenas prefabricadas…”
“Bueno, no estoy aquí por
la crisis” Zelgadis hacía ver que quería que no se enrollara, pero en realidad
tenían unas ganas locas de subirse al coche.
“Tiene razón, 3D”, dijo
el agente cerrando el maletero. “Andando, vamos hacia el cuartel de la Sección”
El Rolls arrancó sin
problema alguno y se encaminó por la carretera Ülloi, en dirección al Danubio.
El viaje estaba siendo tranquilo, pero Zel reparó en que el mismo coche verde,
un Lada, precisamente llevaba siguiéndolos desde hacía casi 20 minutos.
Una vez entraron en el casco urbano y
empezaron a circular por los barrios próximos al pardo rio - “Strauss debía
estar borracho cuando compuso “El Danubio azul”, pensaba Zelgadis tras ver unas
fotos del río pasando por la ciudad en un librito que había adquirido en la
escala en Viena -, el coche verde seguía tras ellos, siguiéndolos por las
callejuelas.
“Creo que tenemos a un
zángano dándonos por culo”, dijo finalmente Zelgadis
El chófer miró por el
retrovisor.
“Ah, esos. Pierda cuidado,
3D. Son de la KGB. Es un
juego del gato y del ratón: siempre están en la puerta de nuestra sede y nos
siguen. Nosotros tenemos a un agente apostado en la embajada de la URSS y los sigue a su vez.
Simplemente nos vigilamos y no nos hacemos nada, es como un pacto entre
caballeros: trabajamos y dejamos trabajar, como buenos colegas de profesión”
Zelgadis se rió de
corazón con el comentario y no volvió a sacar el tema. En un momento dado, al
girar una esquina, el Lada siguió recto y abandonó la persecución
“Supongo que ya llegamos,
¿no?”
“Efectivamente, 3D”
El Rolls siguió su camino
durante un trecho y se paró ante un viejo almacén textil de ropa deportiva de
esa marca alemana que hemos referido antes. Si eran piezas auténticas o no, no
era problema de nadie. El almacén, por no tener, no tenía ni cartel y además
era más pequeño de lo que parecía. Subieron un largo trecho de escaleras
metálicas y el agente abrió con llave una oficina acristalada desde donde se
divisaba todo el recinto. Después, con otra llave, abrió un armario, también
metálico, con dos estanterías llenas de
papelotes. Entonces, el chico hizo algo inesperado. Se sacó una tarjeta
magnética y la introdujo en un punto muy concreto, entre ambas estanterías.
Sonó un resorte y un pitido. El agente-chófer empujó ambas estanterías hacia
atrás. Éstas se empotraron en la pared y sonó un segundo resorte. Acto seguido,
las empujó a los lados, dejando ver una lujosa puerta acolchada, parecida a la
que tenía B. Ésta se abrió deslizándose automáticamente para dejar ver un
despacho ricamente decorado, a imitación del de un palacete, aunque se veía
claro que era casi un decorado. Ya le habían dicho que el jefe en Hungría era
dado a estas excentricidades. Una gran araña de techo, que en este caso sí que
debía de ser cara, iluminaba la estancia.
Unos escalones bajaban
hacia la estancia, que estaba bien enmoquetada. Todo ello daba al despacho el
aire de lobby de un hotel de los felices años 20. Al fondo, tras una mesa de
caoba y ante una estantería llena de libros, un hombre obeso, también de piel
bronceada y con un gran mostacho, hablaba animadamente con otro hombre con el
que guardaba un innegable parecido físico. De hecho, mirando a su compañero de
viaje, reparó en que también se le parecía.
“3D está aquí, Señor”
Al hombre se giró. Su
expresión era jovial y amistosa, aún más que la de 7F cuando estaba de buen humor o
pasaba una chica guapa por delante, pero sin esa mirada bobalicona que tanto engañó
a la gente de Nie en Jamaica. No parecía un rudo agente secreto, sino,
mismamente, un patriarca gitano.
“¡Ah!¡Al fin el hombre
deseado!”, cruzó la mesa de un salto y se acercó con los brazos abiertos
Zelgadis, dándole tal abrazo de oso que el bueno de Saras se resintió. Las
vértebras le sonaron con fuerza pese a su preparación física. “Nuestro chico de
las Centrales, la sede y la nuclear, ¡JOJOJO!” Tenía una risa que parecía un
single de vinilo a 33 rpm. Lo soltó y se presentó “Hola, muchacho, bienvenido a
Budapest. Soy Fülöp Gábor, el que manda el cotarro por aquí. Bienvenido, 3D. ¿O
prefieres que te llame Saras?”
“Me está bien Saras,
gracias”
“Perfecto, perfecto. A
los payos no os suele gustar que os pongamos motes, así que temí que no te
gustara” Y se dirigió al agente “Buen trabajo, hijo, ya puedes volver a casa y
quitarte esto”
“Sí señor. Buenas noches,
3D, le deseo una feliz estancia”
Y se fue por donde había
venido.
“Venga muchacho,
sentémonos”, y dirigiéndose al otro agente le dijo “Hijo, tráenos una botella
de tokaji y unas pastas y café”
“Enseguida, Señor”
El hombre marchó de la
sala.
“Bien, muchacho, vamos a
hablar de la misioncilla esta, si es que se la puede llamar así. ¿Ya tienes a
los moscones detrás?”
“Sí. Me informó muy bien
su agente. Un chaval muy espabilado: creo que promete mucho”
“Claro que promete. Lo he
entrenado yo en casa. Es mi hijo”
“¿Cómo?”
“Sí, ya sabe, las flores
y las abejas…”
El otro agente se
presentó con lo pedido.
“Muy bien, hijo. Tómate
un descanso”
“Sí, Señor”
Y se fue por donde había
venido
“Este también es hijo
mío”
“Pensaba que lo de hijo era por familiaridad con los
agentes”
“Es que es eso: tengo 14
hijos e hijas, y todos trabajan para el CEFPIFST, bajo mis órdenes directas. No
hay nada como la sangre para crear confianza. Por ejemplo, el que te ha llevado
es el pequeño: se llama Zóltan. Tiene 18 años y medio”.
Con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley...
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