Los finales de los 50 y principios de los 60 fueron una era dorada para el cine mexicano. Montones de directores se dejaban influenciar por Buñuel o Bergman, y la llegada constante de importantes directores de Hollywood que bajaban a México a rodar les daba bases sólidas para sobresalir: así nació una generación de directores no muy jóvenes pero que tenían un buen currículum en la serie B, sumando su experiencia a las influencias extrenjeras. Uno de estos directores era Roberto Gavaldón, que se dejó influir precisamente por Buñuel y Bergman para este melodrama fantástico.
Película basada en un relato de B. Traven (basado a su vez en un cuento
de los Hnos. Grimm) un poco discutida en su época por considerarse
demasiado dirigida al extranjero - debe ser por el folklorismo presente
en la acción - pero que optó a un Oscar y a una Palma de Oro, siendo
una de las joyas más visibles del fantástico mexicano. Es una fábula con
mucho pathos sobre el leñador epónimo, un tipo obsesionado con el
materialismo y la muerte, por lo cual pacta con ésta, al igual que
tantos antihéroes. Todo ello representado por un símbolo: un pavo
relleno que se quiere comer él solo. La crítica y la sátira de las
clases dominantes y al lado más pérfido de la religión no faltan, ya que
Macario es honrado a pesar de todo, y ellos unos corruptos.
Significó la consagración de uno de los grandes del mundo del
espectáculo mexicano, Ignacio López Tarso, aún dando mucha guerra a sus
88 añazos. Demuestra sobretodo una expresión facial histriónica, muy
propia para el tono del cuento. Así y todo, Enrique Lucero - un actor
protegido del director Enrique Gavaldón que a finales de ese mismo año
daría un salto de calidad excepcional apareciendo en Los siete magníficos (próximamente en esta misma sección) iniciando una carrera espectacular como actor de carácter y
extra en pelis norteamericanas muy importantes -, que interpreta a La
Muerte, es macabramente divertido, y roba algunas escenas. La bella Pina
Pellicer fue la principal truinfadora de la película con su lúgubre
interpretación de la esposa de Macario, abriéndose camino en Hollywood y
Europa solo para trágicamente suicidarse a los 30 años. Otro nombre
destacado es del de Eduardo Fajardo - un actor gallego que al volver a
Europa trabajó mucho con Jess Franco (en su época ochentera de pelis de
zombis) o Sergio Corbucci - que interpreta al Virrey.
A nivel técnico es una peli sencilla y sobria en que destaca sobremanera
una escena del principio, donde López Tarso sueña con una orgía de
marionetas-calavera (pues es Día de los Muertos) que él domina, y
mientras unas comen, otras pasan hambre mientras sonríe, quizá con
cierta perversión, y su ego se hincha peligrosamente, sobretodo cuando
las marionetas hambientas se rebelan y se cargan a los comensales, lo
que, creo, quiere representar que el tal Macario mataría por comerse un
puñetero pavo. Gran trabajo del marionetista Pepé, de quien no he podido
encontrar datos fehacientes. También son destacables los bellos
exteriores de la ciudad de Puebla.
De alguna manera, creo que podemos calificar esta película como una
versión hispanoamericana de El séptimo sello (ya pone en el cartel
que es un poema fílmico). No llega al nivel de ésta, pero aún así, es
más que convincente y la recomiendo encarecidamente. Esto es cine del
bueno, y si no recibió más premios, es porque se cruzó en el camino de Gavaldón uno de los referentes en la realización de su película: Ingmar Bergman y su Manantial de la doncella (próximo episodio, va especialmente por el amigo Kururin).
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